Tuvieron que pasar 9 años más en mi vida para comprobar que esos amigos peludos son capaces de enamorar las veces que sean necesarias en la vida y volver a rompernos el corazón con sus despedidas, dejando huellitas de amor rondando a lo largo de nuestra historia. En aquel febrero de 2001 mi segundo hijo cumplía cuatro años, bastante joven, pero seguro de su amor por los animales, prometió que si le compraba una mascota la cuidaría con todo su corazón; así fue como apenas unos días después del cumpleaños de Patto, la puerta de la casa se abrió y entró deslizándose una pequeña cachorrita schnauzer sal y pimienta.La casa se volvió un mundo de risas, carreras por todas partes, mis tres hijos no dejaban de sugerir nombres para la nueva integrante de la familia, le rascaban la panza, la cargaban como bebé, el hermano menor hasta cedió su cuna con tal de tener a la pequeña Mona con él. Si, Monita ya era parte de la familia y no había un día que no fuera cómplice de las travesuras de alguno de mis hijos, las fiestas familiares, ella sabía que las habían hecho sólo en su honor y disfrutaba tanto la visita de alguien en la casa, que se acercaba con insistencia a querer platicar con todos, una extraña conversación perruna que seguramente solo quería decir que estaba agradecida por estar ahí, por ser querida y consentida por mis hijos que no dejaban de crecer; pero seguían haciéndola partícipe de nuestras vidas, de una u otra manera.
Mona escribió su historia aquí, cerca del corazón, correteando a la pata Plucky y al cuervo Chavelo, se picó la nariz con los Erizos Púas y Spike y aceptó la convivencia con Avril, Rush y Krijger (mis otros 3 perros), a éste último no lo aceptó tanto, pero orgullosa le presumía que ella podía rondar tranquila por la casa mientras él y toda su energía dominaban el jardín.
Mona que pasó de ser Mona la Vampira para convertirse en Mona Lisa se ganó el respeto de todos en la casa y se convirtió en esa obra de arte que enmarcada con elegante decoración y colocada en el mejor muro de esta alma, la habitará para siempre con exclusividad.
Mona: me duele tanto tu silencio, me duele tu dolor, tus pasos lentos y frágiles, el tiempo que no puede darte... estoy segura que aquella canción de mi adolescencia en torno a la fogata ¡es cierta! los adioses eternos no existen, en algún momento nos volveremos a encontrar; hoy estoy lista para Decirnos Adiós y dejarte marchar al Cielo de los Perros, porque allá podrás correr como cuando eras joven, brincar y volver a charlar tan perrunamente como sólo tú sabes hacerlo.

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