viernes, 15 de abril de 2016

Decirnos adiós...


  A mis doce años cantaba tomada de la mano en un gran círculo de adolescentes, como yo, algo que decía "no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós..." todos olíamos a humo de fogata, carreras en el campo y muchos sueños por delante; en aquel entonces mi compañera de toda la vida se dormía conmigo y acostumbraba proteger todo lo mío, en un gesto de pertenencia mutua, pues yo también la defendía de cualquiera que se atreviera a insinuar algo malo de aquella maltés peluda color miel, que fielmente me acompañó hasta mis 19 años... entonces pensé que no habría un amor tan grande y tan puro en mi vida como la complicidad tuvimos las dos.
  Tuvieron que pasar 9 años más en mi vida para comprobar que esos amigos peludos son capaces de enamorar las veces que sean necesarias en la vida y volver a rompernos el corazón con sus despedidas, dejando huellitas de amor rondando a lo largo de nuestra historia.  En aquel febrero de 2001 mi segundo hijo cumplía cuatro años, bastante joven, pero seguro de su amor por los animales, prometió que si le compraba una mascota la cuidaría con todo su corazón; así fue como apenas unos días después del cumpleaños de Patto, la puerta de la casa se abrió y entró deslizándose una pequeña cachorrita schnauzer sal y pimienta.
  La casa se volvió un mundo de risas, carreras por todas partes, mis tres hijos no dejaban de sugerir nombres para la nueva integrante de la familia, le rascaban la panza, la cargaban como bebé, el hermano menor hasta cedió su cuna con tal de tener a la pequeña Mona con él.  Si, Monita ya era parte de la familia y no había un día que no fuera cómplice de las travesuras de alguno de mis hijos, las fiestas familiares, ella sabía que las habían hecho sólo en su honor y disfrutaba tanto la visita de alguien en la casa, que se acercaba con insistencia a querer platicar con todos, una extraña conversación perruna que seguramente solo quería decir que estaba agradecida por estar ahí, por ser querida y consentida por mis hijos que no dejaban de crecer; pero seguían haciéndola partícipe de nuestras vidas, de una u otra manera.
  Por mi parte, el amor que sentí por esta cachorrita, cada vez crecía más, junto con el eterno agradecimiento de, no sólo hacer felices a mis hijos, sino que con esa felicidad, inundaban de alegría mi vida, hasta desbordarse por todas partes; mi perrita se convirtió en mamá a nuestro lado, creció y envejeció casi sin notarlo, con sus 14 años encima, un difícil caminar y un carácter digno de su edad, seguía regalándonos alegrías sin fin.
  Mona escribió su historia aquí, cerca del corazón, correteando a la pata Plucky y al cuervo Chavelo, se picó la nariz con los Erizos Púas y Spike y aceptó la convivencia con Avril, Rush y Krijger (mis otros 3 perros), a éste último no lo aceptó tanto, pero orgullosa le presumía que ella podía rondar tranquila por la casa mientras él y toda su energía dominaban el jardín.
  Mona que pasó de ser Mona la Vampira para convertirse en Mona Lisa se ganó el respeto de todos en la casa y se convirtió en esa obra de arte que enmarcada con elegante decoración y colocada en el mejor muro de esta alma, la habitará para siempre con exclusividad.

  Hace ya varios meses, mi perrita empezó a desarrollar un tumor que creímos sería fácil de extirpar, y a pesar de todos los intentos, una operación que parecía exitosa, y mucho amor que además le regalaron mis papás, mi hermana y mi sobrino; el cáncer ha avanzado, sin destruir su buen humor, el agradecimiento fiel que caracteriza a todos los perros y un ánimo inquebrantable, a sus 15 años sigue sonriendo como una quinceañera , le da gusto tomar suero con jeringa, comer papilla y marchar como un corcel en escaramuza buscando, sin dejar de temblar en estos días de calor agobiante, un lugar para descansar.
  Mona: me duele tanto tu silencio, me duele tu dolor, tus pasos lentos y frágiles, el tiempo que no puede darte...  estoy segura que aquella canción de mi adolescencia en torno a la fogata ¡es cierta! los adioses eternos no existen, en algún momento nos volveremos a encontrar; hoy estoy lista para Decirnos Adiós y dejarte marchar al Cielo de los Perros, porque allá podrás correr como cuando eras joven, brincar y volver a charlar tan perrunamente como sólo tú sabes hacerlo.

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